Una amiga está en un proceso de conocerse, de aceptarse y de encariñarse consigo misma.
Se propuso mirarse al espejo una vez por día y nombrar algo de sí misma que le gustara.
Durante una semana, no pudo decir ninguna.
—Me quiero morir— me dijo, porque no cumplió con su objetivo.
Pero lo que no sabe es que sí lo hizo. No lo completó… pero sí puso en marcha algo importante, en su subterráneo. Que no pueda verlo, que no se haya convertido aún en algo tangible, no significa que no esté ahí.
Ahora, cada vez que pasaba frente a un espejo, sus ojos se arrastraban unos milisegundos de más. Y cada vez, una voz adentro de su cabeza le preguntaba:
¿Qué hay de bueno en este reflejo?
Aunque no haya frenado, aunque no haya dicho nada en voz alta. Esa voz:
¿Qué hay de bueno en este reflejo?
Algo empezó. Algo ahí adentro se está removiendo.
*
Sabemos que el otoño y el invierno son necesarios para la primavera y el verano. No habrían unos sin los otros.
Y sin embargo no sabemos —u olvidamos— que lo mismo pasa con nosotros.
La frustración y la decepción forman parte del proceso, como el otoño y el invierno. Son el principio de un proceso profundo, a partir del cual nacerán la primavera y el verano venideros. Que no veamos los efectos tangibles ahora no significa que no los veremos después.
Tal vez esta semana, mi amiga tampoco pueda nombrar qué cosas le gustan de sí misma. Tal vez tampoco la próxima, ni la otra.
Pero llegará una semana en la que sí.
Es inevitable.
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