El amor es un verbo, hacia los demás y hacia uno mismo.
El amor hacia los demás es el que te lleva a acompañar a una amiga a las 4 de la mañana al hospital.
El amor hacia vos mismo es el que te lleva a respetar tus límites, a decir que no cuando no querés y a mantener tus promesas.
Esto es lo que aprendí (estoy aprendiendo) en estos meses más que nunca. El amor —y en este caso, el amor propio, del que estoy aprendiendo más— es un verbo. No es una palabra, no es un sentimiento. Es algo que implica acción.
El amor implica acción — ¿de qué tipo?
El amor propio significa ponerle un freno a esa melancolía que lastima. Significa no dejarnos llevar por lo que dicen las voces boicoteadoras de nuestras cabezas. Significa desvestirse del rol de víctima y asumir la responsabilidad de hacer algo al respecto.
Significa ponerse los zapatos un día en el que no te moviste porque sabés que, aunque no tengas ganas y sea más cómodo mirar un capítulo más, salir de casa te va a hacer bien.
Este cuidar y cuidarse es un aprendizaje. Tenés que seguir haciendo las cosas que sabés que te hacen bien.
Hay que poner el verbo en acción.
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