Hace unos días, mientras caminaba por la calle (antes del cuarentenazo), me encontré con esta planta crecida del cemento de la vereda.
“Esa planta sos vos, soy yo, somos nosotros” le digo a mi celular. Estoy grabando el audio de las gracias.
Sos vos, soy yo. Crecemos desde las grietas de la piedra. (¿Estaban las grietas ahí y nos escurrimos? ¿O la abrimos con la fuerza de nuestro ímpetu?)
No tendría que haber una planta ahí, pero la hay–y además mirala: es fuerte, erguida, alta. No pide permiso, no pide perdón. Acá está, tan bella frente a mí.
Siempre me emociona ver los tallos que hacen su camino en medio del cemento. Crecemos en dificultad. ¿Crecer siempre duele? No lo sé, pero sí sé que en el dolor también hay respuestas.
En la última clase de coaching que tuve, hablamos de las emociones y de cómo cada emoción sirve para algo. Cada emoción trae información–hay que escuchar. La tristeza, por ejemplo, nos permite pedir ayuda. (¿No es hermoso eso? Me estruja el cuore.) La tristeza trae aprendizajes consigo, y si la ignoro o la meto en un cajón, si me da miedo sentarme con ella y ver de qué está hecha, me privo de aprender algo. Me privo de mi propia transformación.
Agradezco esta plantita creciendo en medio del cemento. Esa plantita sos vos, esa plantita soy yo. Esa plantita somos todos. Y esa plantita es súper fuerte.
Es algo que vengo pensando mucho últimamente: ¿crecer implica dolor? ¿Qué opinás?
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