Las palabras son varitas mágicas. Por eso escribo. Porque el mundo tal como lo conozco no me es suficiente y necesito agregarle algunas cosas, eliminarle otras y mover de acá para allá las que quedan.
Quiero hacer que la gente sienta menos miedo. No puedo hacerlo si yo dejo de hacer cosas por miedo. Mi mayor miedo es no escribir, no publicar nunca un libro, morirme y llevarme a la tierra todo lo que no quiero que quede en silencio… El abrazo de Tom bajo la luz amarilla, semanas antes de morir. La costumbre de mi mamá de buscar su árbol favorito cada otoño. La historia de mi papá sueco en Argentina.
Y la mía.
Mi historia.
Tengo miedo de lo que piensen los demás. Me da vergüenza admitirlo. Me da miedo mostrar quién soy, cómo es mi mundo, sin ningún velo que se interponga y me proteja.
¿Por qué es necesario contar de lo personal para hacer arte? le pregunto a mi amiga Lu. ¿Por qué es necesario mostrárselo al resto?
Esta pregunta me obsesiona desde hace años.
Algo adentro mío que no sé de dónde viene piensa que contar es revelar y es regalar y es perder el control.
El resto de mí sabe que es mentira, pero esa una verruga interna estira sus brazos y me atrapa. No me deja barrer el silencio e hilar en palabras lo que necesita ser dicho. El silencio no quiere romperse pero el silencio me está ahogando.
Escribir es eso. Hacer visible lo invisible.
Quiero que mi vida entera se dedique a hacer que lo invisible sea visible.
¿Cómo hacer que los demás sientan menos miedo cuando a mí también me mece?
El primer paso es animarme yo. No puedo pedirle a los otros que hagan lo que yo no me animo a hacer.
Así que acá estoy.
Rompiendo el silencio.
Rompiendo la superficie del agua para respirar.
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