Soñé que armaba un libro con varios textos que ya tenía y lo mandaba a Amazon sin pensar que podría pasar algo. Me equivoco. Lo publican al costo de 7 dólares y lo ilustra alguien copado. Es un set de 4 libros en diferentes tamaños. Poco después aparece la primera crítica de un fan de Postales a Casa que escribe cuatro o cinco líneas admirándome pero al libro le da solo 3 estrellas, lo cual lo hace una persona honesta porque —como jamás creí que pasaría esto— ni siquiera lo releí.
Ahora tengo miedo de lo que hay ahí adentro. Se suman otros comentarios en inglés (¿el libro está traducido? Dios mío, ¿cómo será esa traducción?) de gente feliz con mi libro y con su packaging, porque el envío incluye tres sets de medialunas.
Amazon le avisó a todos mis amigos de Facebook que había publicado un libro: todos lo leyeron, o al menos todos saben. Mi hermana mayor y una amiga hacen una sesión de fotos con los libros. En la calle me encuentro a dos amigas que lo están leyendo. Es la primera vez que lo veo de forma tangible así que lo agarro con las manos, lo ojeo. Al abrirlo veo tildes corregidas y que faltan, verbos mal conjugados: los errores circulados en rojo y la letra ilegible de mi amiga Lu que oficia de editora pero demasiado tarde.
Las compras siguen —ya me hice 70 dólares— pero el libro es malo. Lo que publiqué me da vergüenza pero al fin —al fin— soy una escritora oficial. ¿Qué hago?
Me despierto en un momento en el que hacemos las fotos de autor. Tengo el pelo lacio hasta los hombros, rubio platinado y estoy gorda como un tanque.
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