El miedo es un ladrón. Te suspira al oído: no lo vas a lograr, tus aspiraciones son estúpidas, vas a quedar mal, bla bla bla… Te quiere cómodo, quieto. El cambio lo asusta y la mejor forma de asegurar su existencia es que las cosas permanezcan iguales.
¿Cuántas oportunidades perdiste por haberle hecho caso?
La mejor forma que conozco para lidiar con el miedo es articularlo. Antes, tenés que saber que hay miedos buenos (los que te salvan en una emergencia) y miedos malos (los que no te dejan actuar por vergüenza). Si le das espacio y escuchás qué tiene para decir, podés ver cuál de los dos es.
Hay dos formas de articular el miedo: escribir (una transcripción tal cual de lo que dicen) o hablarlo en voz alta (con alguien o con vos mismo). Cuando los miedos se transforman en palabras, dejan de tener efecto.
Si en cambio decidís ignorarlos, aprovechan la falta de supervisión y se agrandan. Se convierten en un problema.
Entonces: reconocerlos, escuchar lo que dicen, evaluar si tienen algo útil para aportar o no, y después seguir.
El miedo y la creatividad van de la mano. Si cortás uno, cortás el otro. Mejor reconocer que el miedo nos va a acompañar siempre, pero que podemos elegir qué hacer con él.
¿Nos guiará él o lo guíaremos nosotros?
Fácil decirlo, difícil hacerlo. Para el que quiera, recordatorios en formato celular:
“Hacé cada día algo que te dé miedo”. —Eleanor Roosevelt
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