Repito siempre que ser agradecidos es el primer paso para vivir una vida plena.
Cuando hago una lista de las cosas que agradezco me siento bien. Pero no lo hago para sentirme bien (o no solo por eso).
Doy las gracias para hacerle frente a esa voz boicoteadora que se me trepa y me suspira miedo al oído: no podés. No tenés nada para decir. No vas a llegar a nada.
Dar las gracias es una acción firme contra esa voz, un paso adelante, un escudo. Es una acción que elijo tomar para combatir la parte de mí que quiere que me quede en cadenas.
Tengo que aprender a hacerlo cada día de nuevo —aunque lo haga hace años— porque no existe el momento en el que no sea necesario. Con esta voz voy a convivir de por vida. Es cuestión de saber cómo manejarla.
Dar las gracias es un acto de combate. Es la única forma que conozco de cambiar el chip cuando me siento insegura, insuficiente o envidiosa.
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