Vi una foto en mi celular. En ella aparecía un hombre con un libreto entre manos. El comentario debajo decía que mi amigo en las redes sociales había terminado su primera novela.
Me cayó mal. Bah, no sé si mal, pero algo se cayó en mi estómago o mi estómago se dobló en cuatro y redujo muchísimo su tamaño, no sé. Pero algo definitivamente pasó con mi estómago y ahora quiero descifrar qué. Si no lo hago, voy a sufrir todo el día y no quiero. A ver. ¿Qué siento?
– Envidia. Ya escribió una novela. Yo no. Yo no escribo nada, excepto en este diario, pero nada coherente, nada de ficción. Nunca voy a escribir una novela.
– Escasez. Si él publica una novela, hay menos posibilidad de que yo también publique algo. Me está robando el lugar. Ese puesto es mío y lo va a usar él. Me está reemplazando.
– Dudas sobre mí misma. Tenemos la misma edad y él terminó una novela y yo no hice nada. ¿Soy capaz? No, no soy capaz.
– Venganza. Va a publicar este libro y nadie se lo va a comprar. Tal vez las 130 personas que le pusieron me gusta a la foto, pero nadie más. Con eso no se puede vivir. Eso no lo convierte en un buen novelista. Va a tener que seguir laburando de contador.
– Ansiedad. ¡Quiero leerlo!
– Espiral de dudas absurdas. En la foto aparece un señor con el manuscrito (¿es el manuscrito?). ¿Quién es? ¿Su profesor? ¿Mentor? ¿Tendría que conseguir uno yo también? Y el manuscrito impreso así con anillado. ¿Así es como se imprime? ¡Cuántas cosas tengo que aprender! ¡No sé nada! ¡Mi sueño está roto!
Me da vergüenza admitirlo pero cada palabra está escrita en mi diario. El miedo aparece y nos arrastra hacia lugares nocivos, a menos que le pongamos un freno. Y no solo nocivos, también insólitos: ¿cómo voy a preocuparme de conseguir un mentor cuando ni siquiera empecé a escribir una novela? ¡NI SIQUIERA QUIERO ESCRIBIR UNA NOVELA!
Me había apenas despertado. El error estuvo en mirar el celular desde la cama, todavía entre sueño y vigilia, y sin preparación exponerme a una foto que me disparó en un espiral absurdo. El acierto estuvo en darme cuenta de que no quería que esas sensaciones empañaran mi día así que me senté a darles voz y ver qué decían.
Lo que escribí son mentiras y lo sé. Son reflejos de mis miedos y lo sé, incluso mientras las escribía. Pero solo si les doy espacio me doy cuenta de eso con claridad. Si las ignoro, no llego a escuchar lo que dicen, les doy poder y me entierran.
¿Quién no tiene miedo? Todos lo tenemos. Esta es una forma de restarle importancia: observarlos, subirles el volumen y escuchar qué dicen. Muchas veces los escribo, pero también funciona decirlo en voz alta. Una vez que te enterás qué dicen, se hacen más chicos porque te das cuenta de las idioteces que susurra.
Libre de esa claustrofobia envidiosa que me atacó a mí y a mi pobre estómago, puedo escribir lo que pienso y siento de verdad al respecto:
Èl no es yo. Yo no soy él. Su camino no es el mío y viceversa. Espero que pueda publicarlo y que le vaya bien y que sea una buena novela de la que se sienta orgulloso. Me muero de ganas de leerlo y de que haya otro libro más, siempre otro en camino. Lo que me estruja adentro nace de mis miedos y no quiero que se propague. Ya es difícil empezar algo —¡más todavía si es un proyecto creativo!—, ni hablemos lo difícil que es terminarlo. Lo que necesitamos es apoyarnos los unos a los otros, celebrar el trabajo de los demás, el esfuerzo y el tiempo y el corazón que le dedican a crear algo donde antes no había nada. Lo que necesitamos es saber que hay lugar para él y para mí y para vos y para todos.
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